Héctor C. Franco cursa el tercero de secundaria en la Escuela Dos Naciones Unidas de San Miguel de Allende Guanajuato.
Inspirado en su lectura de Copo de Algodón desarrolló el personaje de Cuauhtémoc y ha escrito este monólogo que nos ha gustado mucho. Desde aquí las más calurosas felicitaciones a Héctor, cuya lectura y escritura ha engrandecido infinitamente el libro en el que muchas personas hemos puesto nuestros sueños. Y el sueño principal fue que ocurriera lo que Héctor nos ha regalado: la continuación de la historia, y una nueva vida en el lenguaje. (MGE)
Monólogo de Cuauhtémoc
Héctor C. Franco
Ya ni siquiera esperar era una opción. El terror se había apoderado de mi gente. Cortés se volvió furia y mirada fría, ya no era quien antes fue. Pero ya lo presentía, eso no se había escrito así.
Estaba solo mirando el cielo ahumado, reflejado el suelo negro de cenizas. Mientras sus hombres escarbaban en busca de nuestro oro; pero jamás lo encontrarían. Y recuerdo bien el sonido que siguió; ligera fue la cortina con el golpe, pero duro fue el gesto de su rostro. Cortés entró enojado, y sus hombres mandó hacia mí. El malestar en mi interior se trasladó a mi piel; pálida. Y débil me mandaron a la tortura legendaria.
Una caldera me aguardaba, y en el fondo del paisaje lloriqueos oí. Me sentaron y ataron al trono de piedra. Cortés se me acercó tanto a la cara que pude percibir el calor saliente de la llama en sus pupilas. Fue tan brutal como el momento en que el aceite hirviendo me cubría los mismos pies que me trajeron hasta aquí. Y un grito de estruendo rompió mis dientes. Me rendía… me preguntaron donde habría de buscar para encontrar el oro. Y yo estaba a a un pestañeo de responder. Pero en ese preciso momento vi una mariposa a lo lejos de la línea del cielo y me hizo recordar la inmensidad. Y aunque muy tarde ya fuera me llené fuerza y no me atreví a responder. Me arrancaron del suelo, me azotaron y demás. Pero estaba seguro de que hacía el bien.
Estuve algún tiempo encerrado bajo el pesado manto de la oscuridad. Me dio tiempo para recapacitar. Yo: Cuauhtémoc, guerrero mexica, tlatoani, Cuauhtemoctzin de Tenochtitlán, líder militar, religioso y judicial… el que a nada le teme; ni a la guerra ni al dolor. Y tampoco le temerá a los nuevos, a los intrusos que se atrevieron a arrebatarnos el crepúsculo y dejarnos sin fe.
De repente la luz quemó en mi rostro. Y ante mi alucinación. Un bergantín de cortés aguardando hipócrita de postura orgullosa, para zarpar e ir a Copán y a Lenca, la ciudad de las muchas aguas.
“¡Holguín! (García Holguín)¡Al sur, nos espera Cristóbal de Olid! ― Cortés exclamó a aquel que piloteaba ese monstruo de madera y remaches. Las olas sonaban, y deshacían lo tranquilo que perecerían las diáfanas y profundas aguas del lugar.
Según escuché a los españoles, era febrero. Sólo un poco más de 100 días y el año acabaría. Era Hueytécuihutili, el gran festín de los señores, fiesta de la diosa del maíz joven. Pero esta vez, festejo ya no habría.
Comprendía que nos dirigíamos a Hibueras; el viaje aún era joven, pero yo no tanto. Soy águila que desciende; y un águila siempre se sentirá joven y audaz, mientras antigua solo sea descrita su voz. 29 años tenía, pero eso no lo gocé. Terminé flotando bajo una soga, la sombra de ramas de cacao, hojas secas y a mi derecha el sol.
Mi furia hacia Cortés no me dejaba respirar y aunque muerto ya estuviera, mis pensamientos ardían como las nubes lo hacen en un atardecer.
Carlos I fue hombre ingenuo al cree las cartas que Cortés enviaba. ¿Cómo es posible que yo con el corazón seco quisiera mandar matar a Cortés? En el inframundo murmuraban lo que en mis tierras pasaba. Pero yo harto de verdades, prefería olvidarme de todo ello. Y solo seguir amando a lo lejos a mi esposa. La única flor blanca en mi reino, la única en mi corazón.