06 junio 2010

Amo el canto del cenzontle: el nacionalismo como humanismo


Nehuatl nictlazotla in centzontototl icuicauh,
nehuatl nictlazotla in chalchihuitl Itlapaliz
ihuan in ahuiacmeh xochimeh;
zan oc cenca noicniuhtzin in tlacatl,
Nehuatl nictlazotla



Amo el canto del zenzontle,
pájaro de cuatrocientas voces.
Amo el color del jade
y el enervante perfume de las flores,
pero más amo a mi hermano: el hombre.


Cuando en el siglo XV el príncipe Nezahualcóyotl escribió este poema, además de continuar la tradición de los cantos floridos, certero aprehendió en sus versos -sin saber nos lo legó- el humanismo azteca. Las infinitas voces del cenzontle*, el jade y los perfumes que nos enervan merecen ser amados, pero el objeto de la amorosa consideración humana es el hombre mismo.

Tocado con plumas de quetzal, adornado con jade, perfumado con místicos inciensos, siempre en el borde de la sangre, sobrio y piadoso, el hombre azteca respira en esas palabras con la plenitud que solamente puede darse en la poesía. Con la plenitud y la eternidad. Con la herencia que se entrega y que debe de decirse, su música entonarse y sus palabras descifrarse en las escrituras del copal, en los brazos maguey de la plegaria, en la heráldica vegetal de los nopales, en la resignación toda ojos de los indígenas de México, en su paciencia infinita, en su silenciosa dignidad.

Poesía emblema, la de Nezahualcóyotl ha sido escrita en los billetes que circulan de moneda en mano. Con letra pequeñísima que si quiere leerse ha de ser con lente de aumento. Pero más que leerse y amonedarse tiene que convertirse en lectura de los huesos y moneda de la sangre.

Letra fundamental, Nezahualcóyotl.  Escritura sobre la que se ha construido un nacionalismo que de tanto pasar de mano en mano y de ceguera en miopía se olvidó. Habría que recordarla, pero empezar desde el último verso para deletrear el verbo amar con las cuatrocientas voces de la palabra hombre.


*Para los aztecas, cuatrocientos (centzon) era el número infinito, el numeroso número.