En el lugar de las danzas y los cantos. Febrero 2010
¿Acaso de verdad se vive en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
(Nezahualcóyotl)
El mundo prehispánico era -y es en su ancestral pervivencia- el de la brevedad consciente.
El de la consciente brevedad de la luz que vetea el corazón de la tiniebla como el quetzal cruza el cielo.
No más allá, no en el otro mundo, sino más acá y en este nuestro se encuentra la operativa oscuridad, la ósea muerte que nos mastica por dentro como las serpientes misteriosas de los relieves mayas a personajes que son dioses y que son hombres porque se mueren y porque se viven en el mismo instante y en la misma intención.
Omecíhutal y Ometecuhtli creando vida de la muerte
Nos asombra la ferocidad del cuchillo de pedernal, la dureza de las sandalias de obsidiana de los reyes, las descarnadas representaciones de la muerte, la ausencia de dulzura en la madre Coatlicue, en el padre-madre Tlaltecuhtli, en el recuerdo de la atroz economía del sacrificio humano, en la manera que tienen los dioses de alargar la mano invisible y cobrar la víctima.
No más allá, sino muy aquí, en este como sueño que describieron con palabras soñadas y leves los poetas del mundo nahua, se encuentra la luz constitutiva, la vida de carne y pétalo que nos hace brotar desde dentro como la flor de la calavera en las representaciones aztecas y que aunque no para siempre en la tierra, el sólo poco de aquí al que estamos destinados nos libera hacia el infinito en un instante tan sólo, en su breve jaula de juncos de luz.